TEXTO DE JOSELA MATURANA SOBRE LA EXPOSICIÓN DE GUILLERMO MÁRQUEZ EN LA GALERÍA ESPACIO·UNO.
Si en palabras de Guillermo Márquez esta exposición no ha nacido de la inspiración, ella nos inspira. Contrariamente al alba hay un anochecer certero, pero en algún momento el color de la amanecida y el crepúsculo se unen, y en estos cuadros ocurre esto; la duda y el deseo no han estado ausentes de la realidad de una ejecución que, sin contar con la inspiración, desemboca en la emoción de lo expresivo. Así la pintura transciende, porque nuestra mirada encuentra la mirada de otro, lo que el pintor ha visto sin que estuviera o palpitara sobre el espacio y el tiempo que exige la mirada de lo nacido que va a permanecer.
La forma y el color de Guillermo Márquez se enraízan en el maravilloso tondo, cuya desavenencia con lo cuadrado o rectangular, no es una cruenta batalla, sino una disidencia, el círculo de una tradición o una vanguardia que siempre nos pide gravitar, anhelar todo lo imaginado, posible e imposible, la belleza de una madonna, la dulzura atrevida de un ángel, o la espesa hiedra que aprieta los limones. Recientemente, el poeta Antonio Gamoneda, declaraba que el mundo no necesita poemas nuevos sino poemas necesarios. También, en el artificioso y áspero mundo de una magnificada tecnología, el mundo y nosotros necesitamos cuadros necesarios. Los que Guillermo Márquez nos ofrece en esta exposición, donan a la nada el lugar en el que color y forma se alían para crear el impulso de la mirada. Cada pintura es propicia a mostrar un ser, un aliento, un paisaje necesitado de nuestra atención y nuestro asombro. Si no ha habido en cada línea, en cada mancha, en cada curva inesperada una alianza con el mundo y su necesitada soledad, entonces a esta exposición podemos declararla un acto de amor. En donde no había brotado la materia, la pintura de Guillermo Márquez parece una quietud varada en la conciencia y en el corazón de ese vínculo infinito del alma con lo que se desborda y aparece sin que podamos impedirlo.
Verdaderamente en estas pinturas hay la rayadura de un abrazo quebrado con el rojísimo fuego de unos brazos que se abren. Tal vez en este río, la unión del color y la forma, lo que designan, lo que muestran y lo que ocultan, fluye y alumbra la adormecida costumbre de no saber o no querer mirar. En esta exposición vamos con ese río, navegando en esa virtud indeleble en la que se enredan el color y la forma. Con él vamos, hacia donde el amor nos lleve.
JOSELA MATURANA
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