Texto de Josela Maturana sobre la exposición de pintura de Alfonso Barrera en Espacio·Uno
En el cartel que anuncia esta exposición de Alfonso Barrera, vemos a un niño que se alza para poner un cuadro en la pared. No sé si este niño es el alma que Alfonso guarda en la crisálida, siempre aleteante, que fue su infancia, la infancia de todos. El preciado paraíso que no se resiste a desaparecer mientras crecemos, el tiempo en el que descubrimos que la luz será un alimento deslumbrador, una dolorosa bruma, o el color que antecede al estallido de una tormenta. En “Fragmentos de lo soñado” se advierte todavía un paraíso que no se ha disipado, el de la búsqueda, porque cada obra proyecta un movimiento que se inició en las manos del pintor, mas cuando el cuadro fue acabado, una sonoridad, un ritmo que ondea como las olas que no terminan de llegar a la orilla, continúa ante nuestra mirada. Somos ante estos cuadros buscadores, ojos móviles que se empeñan en encontrar y que descubren algo que nunca habíamos visto, o al menos no contemplado tal y como la realidad nos muestra.
Alfonso Barrera sueña, y en su sueño la figuración no se contradice con las formas y los colores que observamos. Por el contrario, la abstracción parece evidente, pero se revela en una belleza constructiva que evoca geografías desoladas, insólitas y desconocidas, y también geometría, una geometría en donde la perspectiva arroja paisajes, ámbitos inesperados en los que nos atrevemos a penetrar, porque han sido soñados para convertirse en un sueño habitado y habitable. Busca el pintor su camino, sobre todas las cosas pintadas y por pintar, no evadiendo influencias de otros mundos recreados, desde Rembrandt a Picasso, en donde el sacrificio y la alegría han exigido un arma dulce, un instrumento constantemente afilado.
Los sueños de Alfonso Barrera buscan una armonía dentro del formato y el soporte que los acogen. Y resultan fragmentos, trozos de melancolías o amaneceres nuevos que encontrarán, sin duda, la noche, la de la plasticidad y la de la vida. Pero estos retazos componen una seductora unidad, igual que si un bellísimo cuerpo desmembrado, al que se ama hasta la extenuación, fuese recompuesto por el pintor, para que en su maravillosa deformidad vuelva a latir y a conmovernos.
Creo que en esta exposición Alfonso Barrera cumple hondamente con el designio de toda creación. Reunificar lo desparramado, lo invisible, lo oculto, lo que aún no había nacido, para que la pintura lo ofrezca y promueva las visiones que más necesitamos. Son las visiones del alma, no totalmente brotada en su figuración, acaso sólo rozando el tacto implacable de la realidad. Estas visiones son las de los sueños, que emprenden su aventura igual que un viaje de escenas fragmentadas que, sin embargo, nos hacen vivir mucho más plenamente que en la escenificación de toda realidad.
Soñemos con él, con el pintor que deposita pedazos de un mundo imaginado, cúbicas materias que pueden palpitar como si acabaran de nacer, o estuviesen siempre naciendo.
Soñemos detrás de la fascinante celosía donde se verifica un fuego, una andadura, un resplandor de seres y cosas que, en su bella indefinición, nos hacen ver y sentir que todo el que busca mirando, encuentra el sueño.
Josela Maturana
Enlace a las imágenes de la exposición
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