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PASIÓN

Actualizado: 13 jun 2020

Artículo escrito por José Manuel Vera Rincón sobre la exposición "Pasión".





       Aunque todos sabemos que las pasiones son muy variadas, en el sur hablar de Pasión a secas es referirse a la que padeció un personaje histórico llamado Jesús. Para los cristianos, Hijo de Dios; para el Islam, Profeta y para agnósticos y ateos un simple mortal ejecutado que dio origen a una nueva religión y a un nuevo concepto de la vida desde tiempos del Imperio Romano.

Porque el cristianismo católico no es en exclusiva una religión, es también una cultura occidental de fuerte arraigo que se mezcla con una tradición filosófica, jurídica y artística de raíz grecorromana y que, junto a la impronta que le infunden la Ilustración del siglo XVIII y las revoluciones políticas y tecnológicas del XIX y el XX, conforman hoy, en conjunto, el grueso de nuestras mentalidades colectivas.

A diferencia de la escasa aportación artística del protestantismo noreuropeo, el catolicismo ha dado lugar a una riquísima iconografía que se puede contemplar sobre todo en las iglesias, pero que, durante la Semana Santa, sale a la calle en procesión dando lugar a un espectáculo de olores, orfebrería, decoración floral, música, danza de pasos tallados, bordados abstractos e imágenes realistas.

ESPACIO· UNO toma por esas fechas de Semana Santa el tema de la PASIÓN, unida fuertemente a la PRIMAVERA (que es también TRÁNSITO, RESURRECCIÓN tanto de la naturaleza como de Jesucristo) juntando en una exposición colectiva la creación que ha sugerido este periodo cíclico del año a diversos artistas.

LITA MORA aporta un punto de vista originario. En el sentido de que, en el mundo egipcio, griego o romano, ya existe la representación plástica de dioses y héroes y procesiones con motivo de festividades paganas, en cuya tradición se inspiró el primitivo cristianismo romano. En su obra, sobre un fondo floral de papel pintado, segado por un cúter para verter así una lluvia, quizá no de lágrimas, sino de hojas lanceoladas, aparece en primer plano el dibujo de un rostro femenino, tal vez ibérico mediterráneo, pero ya fuertemente influido por modelos de estética griega, como la Dama de Elche. En tratar de manera altamente imaginativa y moderna todo tipo de mitologías: Antiguas, Clásicas y Medievales, es experta, pródiga y exquisita esta artista gaditana.

NIEVES GARCÍA aporta dos cuadros con distinto enfoque de la celebración religiosa. Uno, de carácter colateral, es la salida del templo de un grupo de penitentes, pero vista desde el interior del templo. El tema es original porque ésa no es la forma más frecuente de captar a los nazarenos. La luz del exterior deslumbra la escena contrastando con la penumbra neutra y sin figuración del fondo. Las túnicas blancas reflejan esa luz pero, naturalmente, generan sombras de contraste. El color blanco predominante, aparece también en la solería ajedrezada pero atenuado por las losas alternativamente negras. El rojo de los antifaces sobre los capirotes, junto a la puerta abierta en tonos ocres, aporta un interesante contrapunto cálido a una obra suelta, equilibrada y de muy buena composición. La otra obra es un primer plano de un Cristo coronado de espinas que ocupa toda la superficie del soporte. La cara, en posición frontal pero ladeada por el duro castigo y la resignación ante el dolor, es iluminada por un leve foco que, al ser también frontal, no genera un marcado claroscuro aunque sí una intimidad mística. Hay una buena factura realista y una lograda armonía en tonos cálidos que, unidas al encuadre, generan una apropiada cercanía a la imagen del rostro del Cristo. Tal vez se trata de un Ecce Homo, que en latín quiere decir: “He aquí al hombre”, o que en gaditano, traducido, resulta: “Aquí está el tío”.

PEPE PALACIOS también presenta dos obras realistas de dos primeros planos del rostro de Cristo pero en ambos casos y con distintos recursos, hace que esas caras se derramen con una gran soltura pictórica. El primer cuadro es una Santa Faz o paño de la Verónica, (Vero Icón o verdadera imagen), mujer que enjuga con su velo el sudor y la sangre de la cara a Jesús mientras va camino del Calvario, según se narra en el evangelio apócrifo de Nicodemo. Según la tradición cristiana, al igual que en la Sábana Santa de Turín, Cristo, con una irradiación interior de origen divino, deja marcado fotográficamente el tejido que le toca la cara y el cuerpo. Naturalmente, el artista presenta en el paño blanco un rostro derramado por una melena lacia, el sudor, la sangre y la propia caída de la tela. Y ya, el segundo cuadro, es un primerísimo plano donde se ocultan la cabellera, los pómulos, la barbilla y parte de la frente y sólo resultan resaltados los ojos, la nariz y los labios porque una especie de cruz conceptual, que está en la mente de Jesús y en de la de sus fieles, tapa el resto de sus facciones. Y más que el propio rostro, es el conjunto de la obra la que chorrea sangre. Dos magníficos cuadros donde este artista gaditano demuestra su oficio, su talento y su sensibilidad pictórica.

JOSÉ A. ROMERO presenta un cuadro que parece, en mayor formato, una estampa de las miles que reparten las Cofradías con fotografías de sus titulares y con una breve oración al dorso. Se trata del Nazareno de La Isla que sale de su Iglesia Mayor y es de gran devoción en San Fernando. Nada más por el tema: la representación de una estampa de un Nazareno de vestir con su túnica morada bordada con hilo de oro, con las tres potencias y la corona de espinas también doradas; ya podríamos hablar de arte Pop (que es abreviatura de popular) porque estamos ante un objeto de uso cotidiano para consumidores católicos y de una imagen muchas veces repetidas. Y la técnica no se aleja en absoluto de ese concepto pop, debido tanto al preciosismo de los elementos dorados, como a los colores a veces casi planos pero con matizaciones muy cortadas y separadas bruscamente unas de otras. También puede dar una impresión kitsch, porque la forma de vestir a un Cristo y su reproducción múltiple en estampas, también suelen tener ese ligero toque kitsch, tan necesario en cualquier colección de arte contemporáneo que se precie.



JOSÉ DODERO bebe en iconografías más antiguas y en tres obras que presenta nos traslada a tres épocas distintas de la Historia del Arte. Está la pintura de pequeño formato, quizá la más enigmática, donde vemos un crucificado frontal, con una corona mística o un nimbo de carácter primitivo, junto a una mujer y a un hombre. En principio deberían ser personajes que los Evangelios describen que allí estaban, al pie de la cruz: San Juan, la Virgen o las tres Marías, amigas o parientes de la familia de Cristo. A la derecha de la imagen, con una túnica, vemos a un personaje que, si representara a un San Juan, aparecería inusualmente arrodillado; a no ser que se trate de una recuperación de la figura del donante, en este caso del propio autor. Mientras que a la izquierda aparece una mujer, representada tal vez como la Virgen o quizás como María Magdalena, personaje central en la vida de Jesús y objeto de polémicas teológicas. Bien, pues es retratada inusualmente de pie, con una falda corta y  amplia, blusa, roete y llorando con un pañuelo en la mano. Tampoco descarto que sea sencillamente la musa que inspira la pintura. Esta mezcla de novedades y anacronismos son constantes en la Historia del Arte y no deben extrañarnos. Pero sin embargo, a pesar de la originales variantes, todo el conjunto de esta obra, inacabada intencionalmente, tiene una composición, una iluminación exterior global, una factura y un aire renacentista que nos transporta al quatrocento, a Masaccio y a Piero de la Francesca.

Las otras dos obras, de gran formato, tamaño natural y gran realismo, representan a San Dimas, el ladrón bueno crucificado junto a Jesús a quién Éste le promete: “Hoy, estarás conmigo en el Paraíso”. Y a Gestas, el ladrón malo. Ambos aparecen con los brazos en cruz, pero sin que aparezca ningún elemento externo de la crucifixión romana: ni madero, ni clavos, ni signos de sangre producidos por las habituales torturas previas. Ambas figuras son enfocadas en un tres cuarto lateral, dejando visibles en primer término las manos derechas de Dimas y de Gestas. En ambos casos hay paños de pureza, pero al ladrón bueno le cubre las partes a las que está destinada dicha prenda, mientras que el ladrón malo, un desnudo integral, tiene a sus pies ese mismo paño blanco plomo. San Dimas nos lleva a la pintura tenebrista del barroco inicial, Caravaggio, Zurbarán, etc. Y Gestas nos transporta a la pintura naturalista de plein air, de generosa luz, propia de Sorolla o Ramón Casas. Todos estos guiños a épocas artísticas del pasado, los acompaña este artista, de una fuerte personalidad y una técnica muy depurada, hasta en sus inacabados y alteraciones intencionadas. Un gran presente artístico, a pesar de su juventud, que sólo puede presagiar un gran futuro.

ROBERTO BARBA presenta a la muestra cuatro acuarelas, una de ellas de mayor formato. Aporta un punto de vista más distanciado en los encuadres y quizá menos subjetivo de la Pasión. De estas cuatro acuarelas, todas muy sueltas en su definición, la de mayor tamaño tiene como tema la fachada de una iglesia cerrada. Por ahí, puede que salga o entre una Hermandad de penitencia, rodeada de público y llena de elementos rituales, pero nada de eso aparece; en la pintura no hay figuras ni procesión, tan sólo el exterior desnudo de un templo. En las otras tres acuarelas más pequeñas se ven procesiones con penitentes y tres pasos: uno lejano, otro a media distancia y otro más cercano, que es la reconocible Expiración de Jerez, llamado en la ciudad a secas: el Cristo. Desde finales del siglo XVI existió la hermandad de los barqueros de San Telmo, de ahí que el Cristo lleve un paño bordado en la cruz, que representa una vela de barca. La talla original de principios del XVII era de cartón encolado y Luis Vasallo la trasladó fielmente a madera policromada en 1950; bien, pues estas tres obras de Roberto Barba están realizadas con un naturalismo de gran libertad en la pincelada, no corregible en la acuarela, a través de la cual infiere un aire mágico a la procesión en la calle durante la semana de Pasión. Como los demás artistas de la muestra domina a la perfección la técnica de su estilo.

ALFONSO ARENAS presenta una composición fotográfica de la Coronación de espinas, a la que fue sometido Jesús como sangrienta mofa por haberse proclamado Él mismo: rey de los judíos. Un personaje bien vestido, tal vez notario del acto, aparece a la izquierda de la escena, con una rodilla en el suelo, como sujetando la caña que simula ser cetro del rey; de esa manera, se acentúa la composición en ángulo tan característica del barroco. Detrás de Cristo, dos sayones o verdugos, uno de ellos con una sonrisa sádica, coronan de espinas a Jesús ayudados por palos. Aunque la iconografía y el aspecto general de la obra nos recuerde a las dos coronaciones de espinas que realizó Tiziano poco antes de morir en 1576, como preludio en varios aspectos de lo que pronto sería el barroco, aunque nos recuerde a las dos obras que Caravaggio hizo de la coronación, especialmente a la que se conserva en Viena y a pesar de la gran similitud con la misma temática del caravaggista Valentin de Boulogne, nada es lo que parece en esta composición fotográfica de Alfonso Arenas, puesto que de esas obras del pasado tan sólo posee el aire propio de la composición típica de ese tipo de conjunto iconográfico. Pero, el claroscuro tenebrista es inexistente en los personajes; todos están iluminados de manera frontal; mientras que en las obras del pasado, la iluminación lateral sí que generaba un verdadero claroscuro. Y en esta composición, que más parece mezcla de varias fotografías y no producto de un solo disparo de la cámara, el tenebrismo viene determinado, exclusivamente, por la oscuridad del fondo, donde parece verse un pilar del que parten arranques de bóveda, en fuerte contraste con los personajes plenamente iluminados. Por lo tanto, a pesar de las evocaciones históricas, estamos ante una obra original de este artista minucioso y polifacético que combina la pintura y la composición fotográfica con su condición de galerista de arte moderno e historiador del Arte, buen conocedor de muy diferentes épocas y estilos artísticos.




ANA REY, finalmente, completa el grupo de los ocho artistas que participan en la muestra. Ella es imaginera y domina el estilo propio de un género artístico que ya existe desde los siglos XIII, XIV y XV y que se ha mantenido con escasas variaciones desde el Concilio de Trento, finalizado en 1563, hasta hoy día en 2020. Trento fue la reacción católica al protestantismo y afecta al arte en que aporta una riquísima decoración de las iglesias, con distintas representaciones de Cristo, la Virgen, San Joaquín, Santa Ana, San José, los Apóstoles y otros muchos santos. Todo ello, de una manera realista, como espectáculo teatral, y como evangelio didáctico de cara a suscitar la piedad y la proximidad afectiva de los fieles. En contraste con la extrema pobreza decorativa, cuando no nula, de las iglesias protestantes. El parecido con la realidad es la esencia de este género artístico llamado imaginería, fundamentalmente realizado en madera policromada, aunque en los últimos años abundan también las imágenes en fibras sintéticas de nueva generación. Las tres variantes del realismo católico han sido un realismo idealizado, al estilo de Montañés; un realismo crudo, al estilo de Juan de Mesa; y una cierta deformación expresionista que tiene un prolegómeno genial en el artista del renacimiento español Alonso Berruguete, influenciado por la terribilitá de Miguel Ángel, pero que pronto dejó de ser un modelo a seguir para los imagineros del barroco y que desde 1960 vuelve a reaparecer, casi nunca con la genialidad de Berruguete, y sí aportando una cierta deformación manierista o amaneramiento escultórico, con escaso éxito de crítica y público. Ana Rey responde, desde su adolescencia, con una técnica muy depurada y una extraordinaria factura estética, al modelo realista idealizado. A ello contribuye su gran pericia en el dibujo, en el modelado o la talla y una extraordinaria sensibilidad para labrar obras de gran belleza plástica. Presenta en la muestra dos bustos, el de una joven y bella Dolorosa policromada, cubierta por una mantilla negra y el busto de un Cristo en barro, sin policromar, que es modelo de un Cristo que actualmente procesiona en León. Dada sus dotes, cabe esperar una próspera creatividad de esta joven escultora que tiene una gran proyección de futuro. Y a la que le deseo lo mismo que a los otros siete artistas que han participado en esta muestra colectiva sobre la PASIÓN: Prosperidad creativa y pasión personal en el extraordinario trabajo que realizan.




José Manuel Vera Rincón. Cádiz 2020.

(Coleccionista y profesor de Historia del Arte)

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